Desde abril, los McMillans viven en el Pleistoceno digital de las cintas de casette y los pelos cardados; pero todo comenzó el año pasado, cuando Blair, el cabeza familiar, le pidió a su hijo de cinco años de edad que si quería ir a jugar con él en el jardín, sólo para darse cuenta de que, incluso en un día de verano perfecto, el niño prefirió quedarse en casa y darle a los videojuegos en un iPad.
Empezó a pensar en su propia niñez y cómo los jóvenes de hoy en día se han vuelto tan dependientes de la tecnología moderna, de ordenadores, teléfonos móviles e Internet. Y se le encendió la bombilla (incandescente): ¿Y si pudiera volver atrás en el tiempo y ofrecer a sus hijos una idea de cómo era la vida en ese entonces?
Ahora la familia no tiene Internet o canales de noticias de 24 horas en su casa. En cambio, tienen una tele de 1980 encerrada en un mueble de madera y un radio cassette boombox portátil donde ponen cintas. Han dicho adiós a sus teléfonos móviles, mandan las cartas por correo en lugar de enviar mails electrónicos; y llaman a las puertas de la gente en lugar de seguirlos en Facebook. También captan sus recuerdos en papel fotográfico, dejan notas escritas a mano y los anuncios los pegan en un espacio público. Incluso los mapas de papel han sustituido a su sistema de navegación GPS cuando salen de casa.
Renunciar a todos estos aparatos que hacían su vida tan cómoda no fue fácil. Pero al mismo tiempo la experiencia ha llevado a la familia a sentirse más cercana y les ha dado la oportunidad de hablar más unos con otros. Y ahora jugar al aire libre es la configuración predeterminada para cualquier divertimento con los niños.
El esfuerzo, sin embargo, no ha estado exento de cierta tensión en las relaciones sociales. Blair y su novia son mucho más difíciles de contactar, y alguno de sus conocidos se han molestado. Y otros no van a visitarles a casa porque no están dispuestos a renunciar a sus dispositivos móviles, que tienen que dejar en una cajita cerrada colgada de la puerta hasta que vuelvan a salir por ella.
Para hacer la experiencia aún más realista, Blair ha comenzado a vestirse como si fuera 1986 y ahora luce un look campeón con una divertida combinación de mullet y bigote; y a los niños también les han dejado mullet, lo que hace que los vecinos les paren por la calle para preguntarle por su experimento: “Ellos piensan que lo que estamos haciendo es realmente cool” relata en esta crónica sobre la historia del Guelph Mercury.
La familia McMillan planea seguir viviendo en su burbuja de 1986 hasta abril de 2014. Además, hasta ahora han ahorrado dinero, ya que no hay facturas de telefonía, televisión o internet que pagar. Pero dicen que el invierno en Canadá va a constituir el mayor desafío de todo este experimento social, que quieren convertir en un documental sobre la desconexión de la tecnología para volver a conectar con la familia; y actualmente está buscando un director de cine para hacerse cargo del proyecto y un escritor para relatar sus experiencias.
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