La refugiada Salma Aziz perdió a su esposo poco antes de comenzar la guerra y está convencida de que aquello fue solo el comienzo de la tragedia que tendría que experimentar después. "Vivíamos en un campo cerca de Damasco, pero los rebeldes nos obligaron a salir de nuestra casa, tomaron el pueblo y lo robaron todo", cuenta.
Desde entonces Salma Aziz vive en uno de los casi mil establecimientos para desplazados internos que hay en todo el país. Aquí duerme, aquí come, aquí vive o al menos, dice, intenta vivir, con el pesar de su gran pérdida. "Dos de mis hijos fueron secuestrados cuando atacaron nuestro poblado. A uno de ellos lo decapitaron. El menor logró escapar al cabo de un mes", relata la refugiada.
Pese a todo, Salma dice no tener miedo. Muchos de los refugiados con tragedias similares no quisieron hablar a cámara. Ella lo hace porque cree que su testimonio ayudará a mostrar el rostro oculto de este conflicto que ya no tiene límites.
La guerra, según datos del observatorio sirio de derechos humanos, ha costado ya la vida a unos 40.000 civiles. Es común escuchar testimonios de familias que han perdido a un ser querido. De hecho, unos 6.000 niños han muerto, mientras que los refugiados se cuentan por millones. A sus 10 años Muhammad Guiha pone rostro a esta tragedia. Su familia lo perdió todo, debido a que tuvo que abandonar su hogar precipitadamente. Pero lo que más lamenta el pequeño Muhammad es haber perdido a muchos de sus amigos.
Salma recuerda que el menor de sus hijos, Mohammad Aréf, logró escapar de sus captores, aunque solo regresó una parte de él. Su niñez se perdió en el campo donde estuvo atrapado. "Me entristece mucho recordar lo que hicieron con mi hermano. Vi cómo lo torturaban y lo decapitaron. No puedo olvidarlo", relata Mohammad. "Tenía que trabajar, me torturaban, me obligaban a disparar. Cuando íbamos al mercado al fin logré escapar", recuerda.
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